Los franceses me están sorprendiendo por su amabilidad y capacidad de acoger a los extranjeros. Te ayudan con las maletas, te ofrecen ayuda con los mapas sin que tú la pidas y te sonríen franca y claramente cuando te diriges a ellos en un sitio público.
Así pasó con Madame Vo Van, la responsable de relaciones internacionales de la Universidad cuando la fui a ver a su despacho el martes pasado. Es una de estas señoras de 50 años con pinta de realizadas, espontáneas, graciosas y ese puntillo de despiste tan cómico de las menopáusicas. Esta señora me mandó a ver a Madame Aleret que es la que tenía que inscribirme en las clases. Esta Aleret rompió la burbuja de la complacencia francesa.
Reconozco que ofrecí un mal comienzo, porque me quedé entre dos despachos sin saber a cual debía ir. Había dos madames preguntándome que quería, cada una desde su despacho. Y yo me quedé mi buen medio minuto diciendo “Madame… madame…” y buscando papeles en la carpeta, cual teniente Colombo mareado en un garaje. Tipa ríspida esta Aleret, debía estar a punto de irse a descansar o unirse al aquelarre de su departamento porque se quedó ahí de pié mirándome con cara de inquisidora sin sentarse en ningún momento.
- Vengo a inscribirme a las clases. Soy estudiante Erasmus.
- No se tiene que inscribir, debe hablar directamente con los “enseñantes”.
- Ah,… Madame Vo Van me ha dicho que usted me inscribiría…
- Pues no, debe hablar con los “enseñantes”. Blabla bla bla bla bla.
- Je ne comprends pas.
Primera cara de impaciencia. Obviamente yo no le creía mucho porque tenía demasiada pinta de querer quitárseme de encima la señora.
- Bla bla bla blá… bla bla bla bláa.
- Je ne comprends pas.
- Bla bla, de esta asignatura tiene clase por la mañana y por la tarde, bla bla…
Dijo cogiendo un papel al azar.
- Y esta. Esta es los sábados. Tiene usted clase los sábados.
- ¿Clase los sábados?
- Sí, señor, tiene usted clase los sábados.
- Pero es extraño…
- No es extraño. En Francia hay clase los sábados.
- Ah pues me parece extraño, no lo había oído nunca. En España…
- Estamos en Francia… blablablabla blablablabla
En este punto si hubiera estado en la UB ya me hubiera puesto tieso y nervioso yo también y le hubiera dicho a la señora que sabía muy bien donde estaba, muchísimas gracias, y que se limitara a hacer su trabajo. Pero efectivamente estaba en Francia y por eso opté por no extenderme y utilizar una fórmula que se ha revelado como muy prometedora para los franceses hostiles:
- Je – ne – comprends – pas.
Relax. Notaba la tranquilidad fluyendo por mis venas. Empezando a ofrecer un contraste muy bonito con mi entorno.
- Bla bla bla bla, bla blá.
- Je – ne – comprends – pas. Qué es “enseñante”? profesor?
- Bla bla bla bla, ñañañañañaña ña ña!!
Y es verdad que no la entiendo, pero estoy ahí disfrutando de unas contorsiones faciales galas de primera categoría con un zen hispánico bastante sorprendente (o flema catalana, en eso no me voy a detener.)
Porque a ver, ¿qué es más importante: lo que decimos o lo que no decimos? ¿No es a veces más sabio decir sin decir? Eso es lo que me ha sugerido la última película que he visto.
"En el calor de la noche" es una película de 1967 dirigida por Norman Jewinson, director de la gran comedia de 1989, "Hechizo de Luna".
Años 60. Pueblecito de Misisipi. Los policías de una comisaría de policía corrupta buscan al culpable de un crimen que se acaba de cometer. Encuentran a un negro en la estación y sin hacerse más preguntas lo detienen como culpable (que no como sospechoso).
El hombre no ofrece resistencia y se deja llevar. En la comisaría responde estrictamente a lo que le preguntan. Las preguntas del jefe de policía presuponen la culpabilidad del hombre. “¿Con qué le golpeó? ¿Cómo le mató?”.
Al revolver entre sus cosas encuentran su placa de policía.
Después de un momento de estupefacción general siguen tratándole como a una mierda. Llaman a la oficina para la que trabaja el negro (Virgil Tibbs, interpretado por Sidney Poitiers) y el jefe de la oficina de Tibbs les explica que están delante de su especialista en homicidios y que pueden contar con él para resolver el caso. Esto a mí me hizo personalmente muchísima gracia.
Al jefe de policía corrupto, que está acostumbrado a encerrar cuanto antes a quien sea cuando pasa algo en el pueblo, no le hace ninguna gracia contar con el negro. Por no hablar de la gracia que le hace a Virgil Tibbs. Este, empieza a trabajar entre insultos, desconfianzas y gestos feos en general, hasta que descubre hasta qué punto les resbala en la comisaría quién ha matado al tipo. Entonces se niega a entregar los resultados de la investigación y lo detienen por ello.
Pero el asesinado resulta ser alguien muy influyente y su mujer se huele que el único que quiere esclarecer el asunto es Virgil Tibbs así que fuerza al jefe de policía a contar con el negro en el caso.
Y llegados hasta aquí les tengo que confesar, lectores, que a un servidor se la trae al fresco quien hizo qué y cómo cuando ve thrillers policiales como género y que esta película me ha interesado por otras razones.
La grandeza del personaje de Virgil Tibbs reside en toooodo lo que dice cuando no dice nada. Se trata de una persona apasionada por lo que hace que consigue desarrollar esa pasión en un clima absolutamente hostil e irracional. Hay un momento de la investigación en que todo el mundo está convencido de que van a matarle. Hay un grupo como del Kuklux Clan que lo arrincona en un par de ocasiones. Le insultan, le preguntan por qué viste como un blanco… Al pasar junto a un campo de algodón en el que trabajan negros el jefe de policía le dice con socarronería “de menuda se ha librado, eh?”. Tibbs no contesta nunca.
Imaginemos que el personaje hubiera hablado. En caso de decidir hacer un discurso ante este público, ¿Por dónde se empieza? Luther King hacía discursos pero se dirigía más bien a los negros. ¿Había que defender aquí la dignidad verbalmente? ¿Explicar que el negro es sólo un color? ¿Que tiene sentimientos? ¿Que es listo?, ¿que tiene estudios?
La elocuencia de lo que no se dice en esta película, acompañada de un lenguaje no verbal muy bien interpretado por su protagonista y de su constancia racional produce incluso un cambio de actitud de uno de los personajes del film. ¡Milagro! El jefe de policía empieza a aprender lo que nadie le ha explicado, lo que no hace falta explicar y trata a Tibbs como un ser humano sin que este se lo pida.
La película nos sumerge también en esa sensación de estar “atrapados en azul” (“ellos me protegen de ti, ¿de ellos quién me va a proteger?”, cómo canta Ismael Serrano). Vemos a una policía que actúa con desidia en el calor de la noche, a la que le basta una prueba para condenar a alguien, que actúa bajo presión de otros poderes, que no trabaja, que no sabe lo que es justicia. Por lo indigesto que supondría tragarse el orgullo de que un negro vaya a superarle en algún aspecto vemos como el jefe de policía empieza a investigar de verdad probablemente por primera vez en su carrera.
La peli es, concluyendo, un buen testimonio de la historia de la segregación racial en Estados Unidos y de cómo un hombre la combatió en silencio. Y es que los panfletos suelen entorpecer las historias. El silencio desolador, una larguísima escena de una niña recorriendo un campo desierto de Castilla en el Espíritu de la colmena me cuenta mucho más de la post-guerra española que mil discursos tendenciosos en Silencio roto.
Así pasó con Madame Vo Van, la responsable de relaciones internacionales de la Universidad cuando la fui a ver a su despacho el martes pasado. Es una de estas señoras de 50 años con pinta de realizadas, espontáneas, graciosas y ese puntillo de despiste tan cómico de las menopáusicas. Esta señora me mandó a ver a Madame Aleret que es la que tenía que inscribirme en las clases. Esta Aleret rompió la burbuja de la complacencia francesa.
Reconozco que ofrecí un mal comienzo, porque me quedé entre dos despachos sin saber a cual debía ir. Había dos madames preguntándome que quería, cada una desde su despacho. Y yo me quedé mi buen medio minuto diciendo “Madame… madame…” y buscando papeles en la carpeta, cual teniente Colombo mareado en un garaje. Tipa ríspida esta Aleret, debía estar a punto de irse a descansar o unirse al aquelarre de su departamento porque se quedó ahí de pié mirándome con cara de inquisidora sin sentarse en ningún momento.
- Vengo a inscribirme a las clases. Soy estudiante Erasmus.
- No se tiene que inscribir, debe hablar directamente con los “enseñantes”.
- Ah,… Madame Vo Van me ha dicho que usted me inscribiría…
- Pues no, debe hablar con los “enseñantes”. Blabla bla bla bla bla.
- Je ne comprends pas.
Primera cara de impaciencia. Obviamente yo no le creía mucho porque tenía demasiada pinta de querer quitárseme de encima la señora.
- Bla bla bla blá… bla bla bla bláa.
- Je ne comprends pas.
- Bla bla, de esta asignatura tiene clase por la mañana y por la tarde, bla bla…
Dijo cogiendo un papel al azar.
- Y esta. Esta es los sábados. Tiene usted clase los sábados.
- ¿Clase los sábados?
- Sí, señor, tiene usted clase los sábados.
- Pero es extraño…
- No es extraño. En Francia hay clase los sábados.
- Ah pues me parece extraño, no lo había oído nunca. En España…
- Estamos en Francia… blablablabla blablablabla
En este punto si hubiera estado en la UB ya me hubiera puesto tieso y nervioso yo también y le hubiera dicho a la señora que sabía muy bien donde estaba, muchísimas gracias, y que se limitara a hacer su trabajo. Pero efectivamente estaba en Francia y por eso opté por no extenderme y utilizar una fórmula que se ha revelado como muy prometedora para los franceses hostiles:
- Je – ne – comprends – pas.
Relax. Notaba la tranquilidad fluyendo por mis venas. Empezando a ofrecer un contraste muy bonito con mi entorno.
- Bla bla bla bla, bla blá.
- Je – ne – comprends – pas. Qué es “enseñante”? profesor?
- Bla bla bla bla, ñañañañañaña ña ña!!
Y es verdad que no la entiendo, pero estoy ahí disfrutando de unas contorsiones faciales galas de primera categoría con un zen hispánico bastante sorprendente (o flema catalana, en eso no me voy a detener.)
Porque a ver, ¿qué es más importante: lo que decimos o lo que no decimos? ¿No es a veces más sabio decir sin decir? Eso es lo que me ha sugerido la última película que he visto.
"En el calor de la noche" es una película de 1967 dirigida por Norman Jewinson, director de la gran comedia de 1989, "Hechizo de Luna".
Años 60. Pueblecito de Misisipi. Los policías de una comisaría de policía corrupta buscan al culpable de un crimen que se acaba de cometer. Encuentran a un negro en la estación y sin hacerse más preguntas lo detienen como culpable (que no como sospechoso).
El hombre no ofrece resistencia y se deja llevar. En la comisaría responde estrictamente a lo que le preguntan. Las preguntas del jefe de policía presuponen la culpabilidad del hombre. “¿Con qué le golpeó? ¿Cómo le mató?”.
Al revolver entre sus cosas encuentran su placa de policía.
Después de un momento de estupefacción general siguen tratándole como a una mierda. Llaman a la oficina para la que trabaja el negro (Virgil Tibbs, interpretado por Sidney Poitiers) y el jefe de la oficina de Tibbs les explica que están delante de su especialista en homicidios y que pueden contar con él para resolver el caso. Esto a mí me hizo personalmente muchísima gracia.
Al jefe de policía corrupto, que está acostumbrado a encerrar cuanto antes a quien sea cuando pasa algo en el pueblo, no le hace ninguna gracia contar con el negro. Por no hablar de la gracia que le hace a Virgil Tibbs. Este, empieza a trabajar entre insultos, desconfianzas y gestos feos en general, hasta que descubre hasta qué punto les resbala en la comisaría quién ha matado al tipo. Entonces se niega a entregar los resultados de la investigación y lo detienen por ello.
Pero el asesinado resulta ser alguien muy influyente y su mujer se huele que el único que quiere esclarecer el asunto es Virgil Tibbs así que fuerza al jefe de policía a contar con el negro en el caso.
Y llegados hasta aquí les tengo que confesar, lectores, que a un servidor se la trae al fresco quien hizo qué y cómo cuando ve thrillers policiales como género y que esta película me ha interesado por otras razones.
La grandeza del personaje de Virgil Tibbs reside en toooodo lo que dice cuando no dice nada. Se trata de una persona apasionada por lo que hace que consigue desarrollar esa pasión en un clima absolutamente hostil e irracional. Hay un momento de la investigación en que todo el mundo está convencido de que van a matarle. Hay un grupo como del Kuklux Clan que lo arrincona en un par de ocasiones. Le insultan, le preguntan por qué viste como un blanco… Al pasar junto a un campo de algodón en el que trabajan negros el jefe de policía le dice con socarronería “de menuda se ha librado, eh?”. Tibbs no contesta nunca.
Imaginemos que el personaje hubiera hablado. En caso de decidir hacer un discurso ante este público, ¿Por dónde se empieza? Luther King hacía discursos pero se dirigía más bien a los negros. ¿Había que defender aquí la dignidad verbalmente? ¿Explicar que el negro es sólo un color? ¿Que tiene sentimientos? ¿Que es listo?, ¿que tiene estudios?
La elocuencia de lo que no se dice en esta película, acompañada de un lenguaje no verbal muy bien interpretado por su protagonista y de su constancia racional produce incluso un cambio de actitud de uno de los personajes del film. ¡Milagro! El jefe de policía empieza a aprender lo que nadie le ha explicado, lo que no hace falta explicar y trata a Tibbs como un ser humano sin que este se lo pida.
La película nos sumerge también en esa sensación de estar “atrapados en azul” (“ellos me protegen de ti, ¿de ellos quién me va a proteger?”, cómo canta Ismael Serrano). Vemos a una policía que actúa con desidia en el calor de la noche, a la que le basta una prueba para condenar a alguien, que actúa bajo presión de otros poderes, que no trabaja, que no sabe lo que es justicia. Por lo indigesto que supondría tragarse el orgullo de que un negro vaya a superarle en algún aspecto vemos como el jefe de policía empieza a investigar de verdad probablemente por primera vez en su carrera.
La peli es, concluyendo, un buen testimonio de la historia de la segregación racial en Estados Unidos y de cómo un hombre la combatió en silencio. Y es que los panfletos suelen entorpecer las historias. El silencio desolador, una larguísima escena de una niña recorriendo un campo desierto de Castilla en el Espíritu de la colmena me cuenta mucho más de la post-guerra española que mil discursos tendenciosos en Silencio roto.